El principal receptor de los residuos era China. Solo en 2016, este país recibió, desde muchos otros países, 7,35 millones de toneladas de plástico (uno de los tantos materiales que enviaban), es decir, el 55,3% del total de desechos de este material a nivel mundial, según datos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Este país recibía los residuos bajo la premisa de someter algunos materiales a reciclaje.
Sin embargo, en enero de 2018, el gigante asiático decidió dejar de ser el basurero del mundo, debido al daño ambiental creciente en su territorio, porque gran parte de los residuos terminaba en vertederos e incineradoras —pues no se podía reciclar—, y vetó, en esa fecha, el ingreso de 24 tipos de residuos, entre ellos el plástico; a la prohibición se sumaron después otras 32 variedades.
La decisión de China obligó a los países desarrollados a redirigir sus desechos a países del sudeste asiático, como Malasia, Indonesia, Tailandia y Vietnam; sin embargo, desde estas naciones también han comenzado la resistencia a recibir más desechos que no se pueden someter a reciclaje y porque incumplen con las normativas locales.
Vietnam fue uno de los primeros en sumarse a la iniciativa de China. Desde mayo de 2018, los principales puertos del país prohíben el ingreso de residuos plásticos.
En enero de este año, Malasia devolvió 150 contenedores de desechos plásticos, unas 3.737 toneladas de basura, a 13 países desde donde habían salido, entre ellos Estados Unidos, Canadá, Francia y Reino Unido.
“Devolveremos cualquier residuo plástico contaminado que entre en el país y que pueda dañar a nuestra población y al medioambiente”, dijo un portavoz del Ministerio de Medio Ambiente del Gobierno malasio.
Ya en mayo de 2019, Malasia había denunciado la llegada irregular de centenares de contenedores cargados de residuos plásticos, procedentes de países occidentales.
En septiembre del año pasado, Indonesia, por su parte, anunció que enviaría de vuelta a sus países de procedencia 547 contenedores cargados de diversos desechos, por haber llegado al país de manera irregular.
Según denunciaron las autoridades de Indonesia entonces, los contenedores contenían “plástico usado y materiales peligrosos”. Entre los países a los que enviaron de regreso sus residuos están Estados Unidos, Nueva Zelanda, España, Bélgica, Australia y Gran Bretaña.
Pero antes del veto chino, uno de los escándalos más nombrados en torno a este tema fue el impasse que tuvieron Filipinas y Canadá.
Canadá exportó a Filipinas, entre 2013 y 2014, 103 contenedores, unas 2.450 toneladas, de desechos, clasificados con “material reciclable”; no obstante, en el cargamento, que manejó la firma Chronic Inc, se encontró basura doméstica, como pañales de adultos, periódicos, material electrónico y botellas de plástico.
Ante ello, Filipinas comenzó una dura y larga batalla para repatriar los desechos. “Vamos a declarar la guerra contra ellos, podemos manejarlos de cualquier modo”, dijo en una oportunidad el presidente filipino, Rodrigo Duterte, quien llegó a amenazar con devolver él mismo los residuos: “Tengo un barco preparado. O se lo llevan o yo mismo navegaré a Canadá y derramaré allí su basura”.
Finalmente, tras años de lucha, la pelea la ganó el país asiático y en mayo de 2019 comenzó el retorno de los residuos.
El veto que China impuso a la importación de la basura en 2018 también tuvo otro efecto, además de la redirección de la basura, y fue que 187 países acordaron reformar el Convenio Basilea.
En la reforma se estableció controlar el tráfico de desechos plásticos entre los países, para frenar la crisis plástica mundial.
Entre otras cosas, fijaron que los materiales contaminados y las mezclas de desechos plásticos, que no se pueden reciclar, requerirán el previo consentimiento de los países que los receptarán antes de ser comercializados; es decir, las naciones importadoras tienen un poder para vetar la entrada de determinados residuos.