Sin embargo, en los últimos años, un gran grupo de compañías se han unido a un nuevo movimiento, denominado Sistema B, que rompe con ese principio y, tomando en cuenta la crisis social y ambiental en el mundo, han redefinido el éxito empresarial.
Ese cambio lo han hecho incorporando en su objeto social el propósito, el para qué existe la empresa, en lugar de enfatizar su actividad comercial.
“Para qué es la pregunta con la que se debería empezar todo tipo de emprendimiento, para qué estoy existiendo, qué tipo de problema quiero resolver, cómo me enamoro de un problema socioambiental y, a través de la fuerza de los negocios, lo resuelvo o lo puedo resolver”, comenta José Ignacio Morejón, cofundador y director ejecutivo de Sistema B en Ecuador, parafraseando al escritor y motivador inglés Simon Sinek.
Este movimiento B deja a un lado esas opciones que una empresa tradicional tiene para generar impactos positivos, como crear una organización no gubernamental (ONG) o hacer filantropía y responsabilidad social corporativa.
Morejón enfatiza que “una empresa puede ser rentable, al mismo tiempo que soluciona estas problemáticas socioambientales”. Por ejemplo, comenta, hay firmas cuyo propósito es utilizar el poder de los negocios para resolver una problemática social en poblaciones vulnerables, para proteger la naturaleza o para aliviar la pobreza en la cadena de suministro.
Este Sistema B nació en 2012 en Chile y a Ecuador llegó cinco años más tarde, en 2017; aunque, para ese momento, ya había cuatro empresas en el país que habían recibido la certificación.
En la actualidad, está presente en 17 países de Latinoamérica y 68 a nivel global; en Ecuador hay 18 empresas B certificadas, y en el mundo la cifra supera las 3.500, precisó Morejón.
“Lo que buscamos es, precisamente, poder inspirar a través del comportamiento de empresas B para que podamos caminar hacia una nueva economía más inclusiva, más justa, más sostenible”.
Agrega que no es un camino difícil y con ello no se busca ponerle límites irracionales al crecimiento y a la creatividad, sino, más bien, “poder reconocer que en este mundo absolutamente todo es interdependiente; la operación de una empresa depende de lo social, de lo ambiental, así como de su buena gestión de inocuidad, de calidad o de una propuesta de valor adecuada”.
Además de los cambios de estatutos y de darle más importancia al “para qué” existe la compañía, las empresas que quieran enmarcarse en este sistema deben someterse a un proceso de evaluación riguroso, que abarca cinco áreas:
“Son más de 300 preguntas, aproximadamente, por evaluación”, comenta Morejón. Para lograr la certificación deben tener, al menos, 80 de 200 puntos.
Antes de tener la certificación, las empresas pueden comenzar su camino para comportarse como una Empresa B, accediendo a la Evaluación de Impacto B, una herramienta gratuita que está en la web del sistema, con 78 versiones distintas, pues se adecúa al modelo, tamaño y lugar del negocio.
Aunque son más de 3.500 las empresas certificadas en el mundo, hay más de 100.000 compañías que utilizan la herramienta de Evaluación de Impacto B y la han integrado a su gestión.
“Esto es parte de nuestro cambio sistémico o teoría del cambio, nosotros queremos poder influenciar a cientos de millones de personas y de líderes, sean empresariales o sean políticos”, añadió Morejón.
En la evaluación se miden temas operativos (impactos positivos indirectos) y modelos de negocio (impactos positivos que son intencionales, que se buscan generar).
“Entonces, por ejemplo, para el caso específico de una empresa de servicios de medioambiente vemos la gestión ambiental, cómo se está desempeñando en términos de gestión de aire y clima en su infraestructura, en sus oficinas, cómo está gestionando el agua, la tierra y la vida”, menciona Morejón.
En el modelo de negocio de impacto, en materia de medioambiente, se reconocen a aquellas compañías que tienen procesos innovadores y ecológicos. “Para esto, las empresas tienen que demostrar que el proceso de fabricación ha sido diseñado de manera innovadora para reducir su huella ambiental”, añade y señala que, también, se debe considerar un sistema de gestión ambiental integral, es decir, que se pueda medir el consumo y manejo de agua, energía, gases de efecto invernadero y residuos; asimismo, es indispensable que se pueda probar el impacto de esa empresa con otras similares.
Otro de los modelos de negocio de impacto en términos medioambientales está enfocado en energía renovable o de combustión más limpia. Para ello, entre otras cosas, deben demostrar que la empresa se alimenta de este tipo de energía y tiene que ser algo significativo, que le haga bien al planeta.
También se reconoce a las empresas enfocadas en saneamiento o en reducción de toxinas, al probar que no consumen agroquímicos ni tienen organismos genéticamente modificados.
Asimismo, se toma en cuenta a las empresas enfocadas en la conservación de recursos; así como aquellas que se inclinan por la educación e información sobre el medioambiente, firmas que buscan, a través de su producto, brindar la posibilidad de investigación, educación y medición de información para resolver problemas medioambientales.
“Este no es un movimiento de empresas que se lavan la cara, esta no es una certificación fácil de conseguir; y si la consigues, tiene una gran responsabilidad detrás de eso”, sentencia Morejón, añadiendo que “una Empresa B es una empresa con propósito, es una empresa que ha pasado este proceso de escrutinio riguroso y que se compromete a decir la verdad y a mejorar”.