La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que 9 de cada 10 personas de todo el mundo respiran aire contaminado y, peor aún, cerca de 7 millones de personas mueren cada año en el mundo por la exposición a las partículas finas contenidas en ese aire.
Aunque, la revista European Heart Journal calcula esa cifra en 9 millones de decesos al año.
Esas partículas finas —conocidas como materia particulada 2.5 o PM2.5, por sus siglas en inglés— tienen un diámetro de 2.5 micrómetros, grosor inferior al de un cabello humano y están suspendidas en el aire. Según un comunicado publicado por la OMS, en mayo de 2018, ese material penetra “profundamente en los pulmones y el sistema cardiovascular y provocan enfermedades como accidentes cerebrovasculares, cardiopatías, cáncer de pulmón, neumopatía obstructiva crónica e infecciones respiratorias”.
Un informe de marzo de este año, de IQAir AirVisual, revela que las ciudades más contaminadas en el mundo están en Asia, en países como India, Pakistán, China y Bangladesh. Pero, en ese listado también aparecen urbes de Suramérica, principalmente de Chile, Brasil, Colombia y Perú. De Ecuador no hay ninguna metrópoli incluida en esa lista, sin embargo, Quito aparece en el ranking que la OMS publicó en 2016, al igual que Santo Domingo, Milagro, Portoviejo, Latacunga y Manta.
La diferencia, es que estos microorganismos "tienen una capacidad hasta 100 veces mayor que los árboles de absorber el CO2 y transformarlo en oxígeno", precisa Samaniego. De hecho, dice la joven, "el 70 % del oxígeno que se produce en el mundo no viene de los árboles, viene de los océanos y, netamente, de las microalgas" que ahí se encuentran".
Entonces, estas jóvenes consideraron que era más viable crear una solución mucho más práctica, que sembrar un millón de árboles.
Además, estas microalgas, sobreviven a ecosistemas agresivos. Las que consiguieron en el país para poner en marcha su proyecto son capaces de sobrevivir a condiciones “como altas temperaturas, poco contenido de nutrientes o reducida disponibilidad de luz", detalló López.
López explica que el filtro es una torre cilíndrica, fabricada después de hacer cálculos bioquímicos, para que las algas se mantengan bien, saludables; cálculos mecánicos, relacionados con la resistencia de materiales y la transparencia para recibir la irradiancia; y cálculos hidrodinámicos, para que la mezcla dentro del filtro sea también uniforme.
El objetivo es que el biofiltro sea colocado "en zonas altamente contaminadas de la ciudad, para contribuir con la mitigación del cambio climático".
Un modelo de la torre es de vidrio, que será colocado en lugares seguros, donde no estén expuestas a golpes o choques de automóviles; y la otra opción es de una mezcla de vidrio con plástico, para zonas muy transitadas.
La torre tiene en su base una bomba, que absorbe el CO2; luego, eso pasa a un filtro físico, que retiene material particulado, óxidos de nitrógeno y azufre, además de otros microorganismos.
Posteriormente, el CO2 es conducido a un aspersor, que lo hace burbujear y permite que sea disuelto en la torre que tiene agua, nutrientes y microalgas.
Finalmente, el oxígeno sale por la parte superior de la torre, donde hay una campana semipermeable; esa parte del biofiltro no permite la entrada de aire ni de microorganismos, para evitar contaminación.
En las torres, las microalgas, "se dividen, se multiplican", de manera similar a su entorno natural, dice López.
Al multiplicarse, el lugar donde se encuentran, es decir la torre, quedará saturada de microalgas. En ese caso, explica Samaniego, cosecharán parte de los nuevos microorganismos que se han producido, los cuales se pueden usar para otras aplicaciones, como hacer biopolímeros, tinturas, cosméticos, alimentos con alta concentración de proteínas y más utilidades.
Por ello, estas jóvenes esperan tener dos impactos con sus biofiltros: absorción de la concentración de CO2 en el ambiente y, a la vez, una materia prima para poder hacer otras aplicaciones, a partir del crecimiento de las microalgas.
El primer biofiltro de Anuka está instalado en un parqueadero de un centro comercial de Quito. "La idea con esto es evitar la dispersión del CO2 y de los materiales particulados, hacia el ambiente y tomarlos en la fuente, antes de que sean liberados", menciona López.
Samaniego define a esta solución como “prometedora” porque puede ser “aplicable y replicable en todo el mundo, no es difícil, no es caro y es accesible”.
Este ingenio ha recibido varios reconocimientos. En noviembre de 2017, fue uno de los tres ganadores del concurso Reto de Emprendimiento Urbano, realizado por el coworking ecuatoriano IMPAQTO y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
En abril de 2019 participaron en la competencia GIST Tech, un concurso a nivel global sobre ciencia, tecnología e innovación, realizado en Baréin. De 500 postulantes, ocuparon un lugar entre los 24 finalistas y, finalmente, López recibió el premio como emprendedora destacada.
Anuka también estuvo entre los 100 jóvenes líderes de biotecnología en la Cumbre Latinoamericana de Biotecnología (AllBiotech), realizada en Guanajuato, México; y entre los 500 mejores proyectos de los premios Latinoamérica Verde, que se entregaron en Guayaquil, Ecuador.