La pandemia del nuevo coronavirus, que causa la enfermedad COVID-19, ha golpeado fuertemente a la humanidad, no solo por los contagios y muertes que ha causado —que son el principal y evidente impacto—, sino por los cambios en el modo de vida a los que ha tocado adaptarse, como el confinamiento al que gran parte de la sociedad fue sometida y otras medidas restrictivas que están y vendrán.
El coronavirus, a diferencia de otros virus, como el herpes, “no es visible, ni tangible, ni reconocible a la vista, no presenta un cuadro sintomático enseguida, por lo que resulta un poco más confuso de entender y controlar”, dice, en entrevista con ELEMENTS, la psicóloga clínica, Lucía Figueira. Por esa característica, al toparte con un conocido o familiar, aunque tengas ganas de un afectuoso saludo, no sabes si esa persona puede estar contagiada.
“Por lo que ahora nos vemos obligados a adaptarnos a una ‘nueva realidad’ que, a su vez, también nos obliga a entender que el virus existe, es real, peligroso y, aunque queramos intentar controlarlo consumiendo vitamina C, suplementos, recetas de la abuela, de igual manera somos vulnerables al contagio”, enfatiza.
Debido a que cada persona es diferente, las afectaciones han sido variadas de acuerdo con variables como la condición de vida, la estabilidad/inestabilidad laboral, la relación con los otros (una red de apoyo sana o situación conflictiva), su estado de salud, ritmo de sueño, entre otras, comenta Figueira.
Ahora que se genera una “nueva normalidad” nos vemos sometidos a otro cambio, que no solo implica retomar una dinámica (laboral, escolar, etc.) sino también adaptarnos a las normas de bioseguridad y prevención del contagio. Para nuestro cerebro estos cambios son reconocibles, pero para las personas que experimentan resistencia al cambio resulta un tema complejo que genera incomodidad, frustración, hostilidad, impotencia, etc.
“La adaptación al cambio es un recurso que no se da con la misma facilidad en todos los seres humanos, ya que a algunos de nosotros se nos hace difícil adaptarnos a nuevos espacios, modalidades, jefes, climas, etc.”, señala.
INCERTIDUMBRE. El COVID-19 genera una sensación de incertidumbre, cambio de esquemas o rutinas, someterse a nuevas dinámicas de trabajo, de estudio, de interacción social, de comunicación, etc. y, además, despierta inconscientemente una necesidad de control, que se experimenta como ansiedad o estrés, preocupaciones o nervios, “estas sensaciones son de carácter instintivo y vienen implementados en nosotros para la supervivencia, debido a que la información que tenemos del virus es que alcanza cifras elevadas de mortalidad y, por ende, nuestro cerebro traduce que estamos en peligro, aun cuando estamos resguardados en casa”.
ANSIEDAD. También el confinamiento genera una sensación de estar limitado físicamente y, por ende, la persona puede incrementar los niveles de ansiedad o estrés, que provocan, a su vez, frustración e impotencia, lo cual genera o contamina el ambiente de hostilidad y otras emociones negativas.
ESTRÉS AGUDO Y POSTRAUMÁTICO. Otra condición que han experimentado muchas personas es el trastorno por estrés agudo debido a pérdidas familiares, empleos, pareja, o han vivido una situación emocional impactante, estas personas pueden convertir este estrés agudo en estrés postraumático, cuya característica principal es recordar constantemente el evento que le marcó, y para superarlo requerirá apoyo profesional.
ATAQUE DE PÁNICO. El motivo de consulta más común en los últimos meses es el ataque de pánico o la llamada comúnmente “crisis de ansiedad”, derivada de un estrés agudo sostenido, y se identifica por los siguientes síntomas:
“El ataque de pánico genera un miedo tan intenso a la muerte que muchas personas acuden a las emergencias hospitalarias con la idea de estar teniendo un paro cardiaco o respiratorio”, comenta Figueira.
Además, dice, luego de experimentarlo aparece el miedo a que se repita. Ese miedo puede ser tan fuerte que limiten su ritmo de vida o dejen a un lado ciertas actividades, como ejercicios; y, como el ataque puede ocurrir en cualquier momento, incluso al descansar, tomar el té, a la hora de dormir o durante el sueño, cada día o cada noche la ansiedad y el temor les hace propensos a volver a experimentarlos.
Figueira explica que, aparte de afianzarse viejas ansiedades con el ataque de pánico, las personas pueden generar nuevos esquemas para canalizar la ansiedad, según su personalidad: aumentar la preocupación por la limpieza, desinfección constante, prestar más atención a su cuerpo o drenar a través del cigarrillo, el alcohol u otras drogas.
Para los pequeños de la casa existen consecuencias importantes también, dice la psicóloga, debido a que absorben rápidamente la ansiedad y el estrés de los adultos, se contaminan de sus emociones negativas y, aunque no sepan como expresar su malestar, se cargan de ellas, desarrollan conductas para llamar la atención, se muestran hostiles o intolerantes, sensibles o están más activos de lo habitual.
“El confinamiento ha sido para todos los seres humanos una pausa de la rutina; para muchos, que vivían el día a día cumpliendo demandas (laborales, familiares, personales) no existía tiempo para una pausa, para dar espacio a los sentimientos, para reconocer las emociones o lo que ocurre a nuestro alrededor, entre ellos el desgaste y la contaminación que los seres humanos ejercemos sobre nuestro medioambiente; por ende, ha sido también de provecho para restituir un cierto equilibrio en nuestro hogar común, que es el planeta”, señala Figueira.
También, añade, ha sido una oportunidad para recuperar parte de la flora y la fauna, brindarles más espacio y respeto a los animales, disfrutar de su presencia en lugares donde no habitaban y reconocerlos como parte importante en nuestra vida.
Asimismo, resalta que esta etapa nos ha enseñado también a desconectarnos un poco de lo material, a reconocer la importancia de la alimentación saludable, el valor de las plantas, el consumir alimentos orgánicos o que no conlleven a desarrollar enfermedades como el cáncer. Hemos aprendido a valorar el aire puro, el sol de la mañana que nos recarga de vitamina D, y a desarrollar nuevos métodos de interacción saludables. También podría llevarnos a darnos cuenta de qué cosas son realmente necesarias en nuestra vida y de cuáles podemos prescindir. “Curiosamente, el confinamiento ha sido una oportunidad y, a la vez, un reto de convivencia y compromiso con los roles que hemos adoptado, ha sido un espacio para nuevos aprendizajes (voluntarios o no), para nuevas perspectivas, nuevas habilidades, cambios de empleo, ruptura de dinámicas y, sobre todo, aprender a comunicarnos asertivamente con el otro, sea mi jefe, mi pareja, mi subordinado, mi hijo, mi compañero, y, por supuesto, con un adecuado control emocional, reconociendo que lo que me molesta, irrita o incomoda no es injerencia de otra persona (aunque esté involucrado en el hecho que lo generó), son mis emociones y me corresponde manejarlas”, indica.
“No te enfades con la persona, sino con su conducta”, es una frase de Figueira. Dice que los seres humanos erramos constantemente y estamos en el derecho/deber de corregir; por ello, no es justo que otra persona se moleste con nosotros como seres humanos, se trata de comunicarse y transmitir un aprendizaje asertivo y, si debe caer nuevamente en el mismo hueco, debemos respetar su ritmo y permitirle equivocarse tantas veces como sea necesario para aprender.
De acuerdo con la psicóloga, el confinamiento ha permitido un espacio para dedicar tiempo de calidad a quienes nos rodean, afianzar nuestra red de apoyo social, reconocer la necesidad de las emociones, de un abrazo, de un gesto, de un beso, una caricia y, sobre todas las cosas, nos ha obligado a aprender a establecer límites con el otro, no solamente físicos sino también emocionales, lo cual es un reto de la “nueva normalidad”.
Otro aspecto muy valioso que rescata es la oportunidad de desarrollar resiliencia. “Es justamente la que nos permitirá obtener buenos resultados y sacar provecho de la realidad actual, porque ella alude a la capacidad para recuperar el equilibrio y, específicamente, a sobreponerse ante las pérdidas, las adversidades y obstáculos sin ceder a la presión, independientemente de la situación”.
En medio de esta situación, la psicóloga menciona que una persona que padece un Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC) incrementa de manera considerable sus niveles de angustia y desarrolla otras conductas rituales o se aísla para intentar controlar la situación a su alrededor, lo cual “le genera más frustración o desgaste físico y emocional al luchar constantemente contra la idea de poder estar contagiada del COVID-19”.
Por su parte, las personas que tienden a ser hipocondriacas “se encuentran bombardeadas de información” sobre los signos y síntomas del virus y sobre la posibilidad de muerte (esta última es la razón de su existencia, inconscientemente sienten que la muerte les acecha). Son muy propensas a manifestar la sintomatología del COVID-19, aun teniendo resultados negativos en las pruebas de laboratorio.
De acuerdo con Figueira, es muy importante lograr diferenciar entre un paciente hipocondríaco y una persona que está experimentando un ataque de pánico, dado que suelen confundirse, porque ambos experimentan físicamente el malestar. Se requiere el apoyo profesional psicológico para resultados reales.
Explica que los trastornos como TOC e hipocondría podrían generar ciertas limitaciones en su desempeño, con conductas como evitar salir de casa por miedo al contagio, aunque se comprometa su empleo; lastimar sus manos o su piel por el constante uso de sustancias limpiadoras, esponjas; entre otras, que por hacerse más incisivas se vuelven más evidentes y llaman la atención de otras personas, quienes pueden tildarles de “locos”.
Figueira dice que, con esta emergencia sanitaria mundial, lo principal es entender el confinamiento como una medida de seguridad y no como una medida carcelaria; para ello debemos ser conscientes de la existencia y capacidad del virus, la resistencia a la adaptación y la falta de consciencia sobre el virus que han generado una primera y una segunda ola de contagios, por lo que vemos que no se trata de un tema fácil de asimilar.
Sin embargo, señala, en caso de un posible rebrote, ya no tendremos que adaptarnos a un “nuevo confinamiento”, sino que regresaremos a medidas ya conocidas y será mucho más fácil de controlar. La experiencia previa nos habrá enseñado cómo manejarnos, nos permitirá hacer nuevos cambios y entonces será un confinamiento mejorado, para el cual ya estaremos un poco más preparados.