Actualmente, América Latina es la región más urbanizada del planeta, con casi el 80% de su población habitando en ciudades. En Ecuador, a partir de los años 60, inició una expansión urbana que determinó que dos tercios de la población habite las principales ciudades del país a finales de 2015, lo que representó el 63,4% de la población de ese año según el Ministerio de Desarrollo Urbano y Vivienda.
Frente a este panorama, se han desarrollado alternativas en la búsqueda de ciudades y comunidades más sostenibles. Esto quiere decir que se procura aumentar la urbanización inclusiva y sostenible, reducir el número de muertes causadas por los desastres, disminuir el impacto ambiental negativo per cápita de las ciudades —prestando especial atención a la calidad del aire y a la gestión de desechos—, proporcionar acceso universal a zonas verdes y espacios públicos seguros, inclusivos y accesibles.
“Lo interesante de lo ambiental es que te hace entender que nada es una cosa chiquita, independiente, todo está conectado”, explica la arquitecta Carolina Proaño Ledergerber, especialista en ciudades resilientes y directora de la consultora urbano-ambiental Ecodivercity.
Hace 10 años, Proaño se especializó en Gestión Ambiental Urbana en Holanda, en la Universidad de Wageningen, y esta experiencia le llevó a entender mejor el rol que juega cada parte ‘chiquita’. “El consumo de recursos en las ciudades ecuatorianas es en su mayoría residenciales. Entonces, si bien un hogar no marca tanto la diferencia, el comportamiento de los hogares en el Ecuador hacen que la mayoría de los recursos se manejen de una manera diferente”, remarcó.
Por eso, resulta necesario trabajar la sostenibilidad en cada uno de los hogares, tanto al inicio de una construcción como aplicando mejoras en los espacios ya construidos. “A veces solo enfocamos la sostenibilidad en las cosas nuevas, pero el patrimonio construido es tan influyente, por el impacto ambiental y social que tiene, que es necesario pensar en eso”, añadió la arquitecta.
Para explicar los hogares sostenibles es mejor evitar plantear una receta, explica Proaño, porque se vuelve limitante y “a veces llegas a estas tergiversaciones que no tienen ni siquiera sentido, como estos ‘muros verdes’ que está haciendo la gente con un material de plástico”, por ejemplo.
“En sostenibilidad hay que pensar en múltiples dimensiones”, entonces hay muchos factores en los que se puede ser sostenible:
El no uso de materiales siempre será lo mejor.
Consumir materiales que se puedan renovar, por ejemplo: madera, bambú; pues existen plantaciones forestales con manejo sostenible.
Utilizar cosas prefabricadas fácilmente desarmables, evitando que sea un material que se pueda perder convirtiéndose en escombro.
Captar el agua de lluvia y utilizar este recurso, por ejemplo, para regar el jardín o para limpieza.
Tratamiento de aguas residuales, para no afectar la calidad del agua y no reducir su disponibilidad en el tiempo.
Energía renovable con paneles solares. La energía térmica aprovecha el calor del sol y puede servir para el calentamiento de agua, mientras que la fotovoltaica convierte la luz en electricidad.
Manejo adecuado de desechos, seleccionando y almacenando los diferentes residuos sólidos en su lugar de origen, para facilitar su posterior manejo y aprovechamiento.
Cercanía de la vivienda y el lugar de trabajo o estudios que promueva una movilidad sostenible y optimización del tiempo.
Generación de espacios verdes que proporcionen un lugar apto para los seres vivos.
Flexibilidad en la vivienda, para que pueda convertirse en un espacio adaptable, según la necesidad de cada familia.
Aceras inclusivas y edificaciones accesibles para personas con discapacidades, embarazadas y adultos mayores.
Medidas de prevención frente a desastres naturales.
Reducción de la contaminación ambiental, para evitar problemas de salud.
Resulta difícil cuantificar los beneficios ambientales de la sostenibilidad, porque “no tenemos unas métricas que conecten cuánto de esto está vinculado con la calidad ambiental”, resalta la arquitecta. Sin embargo, “podrías transformar totalmente cómo se manejan los recursos en la ciudad”.
“Si yo pongo dispositivos eficientes, por ejemplo, tendría un 30% de ahorro de recursos solo por el inodoro o el tipo de grifería que compro”, comenta Proaño. Por otro lado, explica que la contaminación hace que haya más gente con problemas respiratorios, “entonces, ese impacto se refleja en salud”, afirma.
En Ecuador, de acuerdo con datos de la Secretaría Nacional del Agua (Senagua), del 100% del agua distribuida para consumo humano, aproximadamente el 70% corresponde a aguas residuales que se canalizan hacia los sistemas de saneamiento y de este porcentaje, aproximadamente solo el 10% es tratada.
“Estamos gastando el agua principalmente en limpieza, inodoros, en riego de jardines”, afirma. En lugares como el sur de Quito donde llueve seguido, si se recogiera esa agua de lluvia, se podría utilizar ese mismo líquido “para usos compatibles, sin mayor tratamiento”, explica y añade que “con el agua de lluvia (…) podrías llegar a reducir más del 50% de tu consumo, pero eso ya implica reutilizar flujos”.
Según Proaño, “el verdadero impacto está en hacerlo a gran escala, pero solo se llega a eso si cada uno pone su granito de arena”.
Dentro de los aspectos sociales que comprenden la construcción o adaptación de una vivienda hacia la sostenibilidad es fundamental entender a quien la va a habitar, para proporcionarle bienestar y confort. “Comprender las actividades que realiza y en cómo va a ser vivido ese espacio, poniéndote en los zapatos del usuario”, genera resultados más deseables, explica Proaño. Por lo tanto, algunos elementos pueden generarle mayor bienestar:
Flexibilidad en la vivienda: existen soluciones estándares que se emplean por practicidad y facilidad, como es el caso de la vivienda social que comprende dos dormitorios y un baño. Sin embargo, la configuración familiar del ecuatoriano incluye a la abuela, abuelo y a veces, incluso, viven dos grupos familiares juntos. Por lo tanto, “esas casas no responden a la realidad de cómo viven las personas y hacen que la gente deba adaptarse a un modelo rígido de vivienda sin ofrecer modelos diversos que se adapten a la cantidad de gente”, señala la arquitecta.
“La pandemia fue excelente para entender todas las posibilidades que puede tener nuestra casa, porque resulta que se tuvo que volver gimnasio, aula de clases, oficina y ahí te das cuenta qué tan adaptables son los espacios, los muebles o los cuartos que tienes”, indica Proaño.
Diversidad de usos en las cercanías: es decir “que no siempre tienes que desplazarte a otro lugar para hacer cada cosa”, como trabajar, estudiar, etc. “Tener una ciudad más integrada con múltiples usos es positivo desde muchos aspectos, no solo para el consumo de recursos, sino para la optimización del tiempo de las personas, para la cercanía de una madre o padre con sus hijos”, comenta.
Economía: “no solo tiene que ver con cuánto me vale la vivienda, sino todo lo que deja de percibir o gasta esta persona por vivir ahí”, pues si la vivienda se encuentra apartada del lugar de trabajo o estudios representará un consumo mayor. Entonces, la cercanía permite acceder a una movilidad sostenible y se optimiza el tiempo en traslados.
Además, el tema de recursos “es donde más fácil la gente puede aplicar temas de sostenibilidad”. A la ciudad le cuesta un valor el manejar una tonelada de residuos “y pagamos todos con nuestros impuestos. Si yo evito que llegue esa tonelada de residuos al relleno sanitario, a la ciudad ya no le cuesta esto”, explica la arquitecta. Entonces, ese dinero se puede invertir en “sistemas de basureros diferenciados en casa o en una campaña de educación”.
Confort: las viviendas sostenibles “mejoran la salud, incluso tu rendimiento físico y mental”, por ejemplo, “si mueres de calor, tu nivel de concentración no es el mismo que si estás bien, entonces eres más productivo, saludable, tienes menos estrés, porque esos desbalances te causan estrés también”, añade.
Inclusión: adaptación de los hogares según las necesidades de las personas con discapacidad, adultos mayores, embarazadas, entre otros. “Realmente muchos barrios se vuelven excluyentes de gente que no pueda caminar por sí sola o que está en una situación de salud delicada, o, básicamente, hace que la gente circule por las calles y no por las veredas”, comenta Proaño.
Áreas verdes: la pandemia “nos ha hecho ver la importancia del verde en nuestras vidas y que esos espacios exteriores se encuentren cerca”, afirma. Y esto funciona a toda escala, es decir que puede ser “el parque del barrio, un parque metropolitano, tu jardín, tu terraza o simplemente las macetas que tienes dentro de tu departamento”. La implementación de estos espacios genera múltiples beneficios como:
No se puede hablar de construcción sostenible sin mencionar la variable de la seguridad. Para Proaño, “definitivamente, una vivienda sostenible debe tener en cuenta el riesgo y la seguridad, ese bienestar del usuario por encima de todo”.
La arquitecta menciona que en el terremoto del 2016 “los grandes desastres fueron por cómo se construye”. Según el Colegio de Arquitectos de Pichincha, el 70% de la construcción del país es informal, el 80% de ellas podría sufrir daños y el 45% podría colapsar si hay un sismo de alta intensidad.
“En realidad, no podemos decir que hay materiales malos. Tú puedes usar todo tipo de material, metal, bambú, madera, hormigón, puedes usar incluso tierra y todo eso puede estar bien o mal construido”, explica Proaño y añade que “definitivamente debemos tener una rigurosidad si vamos a construir”.
Según Proaño, depende de varios factores el poder aplicar todos los parámetros de la sostenibilidad en las construcciones, por eso no se encuentra un ejemplo de edificación que emplee todo, pero sí varios que aplican algunos parámetros de sostenibilidad. “Yo creo que Ecuador ya cuenta con muchos ejemplos que establecen parámetros y mejoran el mercado, mejoran el rendimiento y demuestran que es posible”.
Un ejemplo de ello es la ´Casa Lasso´ de RAMA estudio. El terreno es parte del Rancho San José, en medio de un entorno rural, ubicado en la provincia de Cotopaxi en la zona de Lasso. Esta vivienda se pensó desde la materialidad. Elementos monolíticos de tierra (tapial) son los encargados de sostener la cubierta. Son cinco muros portantes de tapial ubicados de manera longitudinal en el terreno, cerrando completamente la vivienda hacia los vientos más fuertes, conformando una fachada ciega para mejorar la térmica interna de la casa.
La propuesta toma en cuenta varias condiciones para su implantación y funcionamiento. Se plantea una arquitectura pasiva, pensada desde lo tradicional y el trabajo artesanal. Se piensa en materiales locales o de zonas cercanas, en mano de obra zonal que permita promover el aprendizaje y práctica de sistemas constructivos vernáculos de Cotopaxi.
Los cierres superiores de la cubierta habitable son en vidrio, permitiendo tener una luz cenital e indirecta en la vivienda. Además, integra sistemas de separación de desechos sólidos y líquidos y los acopla a una red interna de regadío y abono del terreno, sin conectarse a ninguna red de alcantarillado.
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